domingo, 19 de mayo de 2013

Aritmética emocional



La empresa, sobre todo la Pyme, debería tener muy en cuenta la gestión emocional interna y externa como generadora de cohesión y de búsqueda de alianzas en estos tiempos, aunque no es, por desgracia, la tendencia imperante.


El título del post viene de una película independiente canadiense de 2007, dirigida por Paolo Barzmann y protagonizada por Susan Sarandon, Gabriel Byrne y Max Von Sydow. En ella se exploran los delicados equilibrios que se mantienen en las relaciones entre personas, cuando surgen en momentos difíciles (en el caso de la película, durante la segunda guerra mundial, en un campo de concentración), en los que el único consuelo y apoyo se encuentra cuando se comparten las heridas y el sufrimiento, apareciendo una poderosa empatía  relacionada con la supervivencia emocional y el evitar perder la cordura. Cómo personas aparentemente no destinadas a encontrarse jamás, se ven obligadas, en aras de esa supervivencia, a conectar emocionalmente, incluso, en la película, trascendiendo hacia la historia de amor.

En estos tiempos durísimos que ha tocado vivir, curiosamente se observan actitudes similares en torno a profesionales libres,  que en otros momentos se hubieran considerado mutuamente seria competencia. No es que, en sí, surjan historias de amor (no tenemos constancia de ninguna aunque igual quien lee esto sí conoce alguna), sino que, como en aquella canción de Nacho Cano, “La trampa del corazón”, se entretejen los tendones que sustentan unas relaciones basadas en la solidaridad, la colaboración y el apoyo mutuo para enfrentarse al duro panorama de todos los días.  De la necesidad nace la coopetencia y de ahí la trascendencia hacía algo más. Sólo hay que leer o ver fotos en las redes sobre la multitud de eventos, sean de networking, divulgadores o de pura promoción, que se convocan hoy en día a través de las mismas, para observar esa tendencia, que hoy, por aritmética emocional también, trasciende hasta la amistad entre, repito, profesionales que, a la vista de su historial, sus gustos, su forma de ser, no parecían destinados teóricamente a encontrarse, salvo en la arena de los negocios, peleando a dentelladas. Hoy se colabora, se comparte conocimiento, se apoya en la visibilidad y, salvo algunas excepciones, todo se hace desde la óptica de la apertura, sin marginar a nadie por no venir de aquí o de allí. (Por supuesto vedettes existen y existirán, pero también se retratan, e incluso algunas, a ratos, se bajan del escenario y participan de los fastos del resto).


Por la misma razón, me resulta igualmente curioso comprobar en las visitas que, en razón de mi trabajo, hago a empresas, que estas no participan de este criterio, en cuanto a sus relaciones entre ellas ni en cuanto a las relaciones internas. Y me resulta curioso porque las empresas las forman personas, sometidas exactamente a los mismos vaivenes y sinsabores que los anteriores. Ya sé que tienen nómina a final de mes, pero en muchas ocasiones, precisamente por ello,  su angustia puede llegar a ser similar a la de los profesionales libres. Y a mí, por lo menos, me resulta verdaderamente desasosegante el observar como las actitudes de los que deciden, en esas empresas, se radicalizan obsesivamente hacia cualquier cosa que tenga que ver con su competencia. Aclaro que yo veo pymes fundamentalmente y no empresas grandes, porque como profesional llego hasta donde llego. Quizá en las empresas grandes esa actitud pueda tener cierto sentido, porque el criterio es definitivamente el de conseguir no ya el trozo más grande del pastel, sino todo el pastel. Y digo esto fundamentalmente porque el resto del pastel que no tienen las empresas grandes, lo tienen precisamente las pymes y parece lógico, por tanto, pensar que estas deberían intentar defender su terreno. Pues sucede lo contrario. Desunión, peleas a muerte, quema de naves constante. Nada que haga recordar a que funcione esa aritmética emocional.

No es que en este post preconicemos que las pequeñas se unan para parar a las grandes o simplemente para ocupar el espacio que les pertenece. Pero no es menos cierto que, por si solas, individualmente, tienen no ya los días, sino las horas contadas a la hora de hacerlo. Tanto más cuanto se desgastan en luchas de un “quítame allá a ese cliente”, que, despavorido, huye hacia la multinacional de turno que encima le regala alguna cosa…

Normalmente, cuando hablas de emociones, en una pyme te "miran raro". Incluso hay veces que cortan la conversación directamente. Se da la circunstancia que en muchas, esas emociones, internamente  al nivel de los empleados, están sumamente maltratadas. Siendo generosos, a veces te dejan continuar y acaban diciéndote que “ahora no están para atender a esos lujos de mejorar el ánimo y las emociones de los empleados”. Hace poco un directivo me decía que “a la gente la pagamos por trabajar, no porque lo haga contenta”. Ante mi respuesta “No es que deba venir a trabajar contenta. Debe venir a trabajar feliz de hacerlo aquí”, la mirada se fue automáticamente al reloj, haciéndome ver que debía acabar la entrevista. Aclaro que había sido llamado para intentar resolver un problema de excesiva rotación de personas, unido al de actitudes de enfrentamiento con la dirección…

Cómo otras veces hemos comentado, nos parece que lo que peor se pude hacer en toda circunstancia es ir contra el signo de los tiempos. El negarse a cambiar y a adaptarse, a buscar fórmulas que permitan manejar las circunstancias tan difíciles que día a día se presentan, es ir casi, casi contra natura. Dentro de la pequeña empresa, el negarse a considerar usar esa aritmética emocional que hemos comentado para con los que la sustentan, sus empleados, y para los que viajan en la misma dirección aunque en distintos barcos (“si comparto mi agua contigo y tu compartes tus manzanas conmigo, podremos comer y beber durante mucho más tiempo y probablemente salir de esta tempestad”), no significa ya un retraso, un inconveniente o un bloqueo. En una empresa pequeña nos parece directamente un suicidio.

martes, 7 de mayo de 2013

Estados de ánimo





El funcionamiento de cualquier sistema que implique a las personas depende sobremanera del concepto "estado de ánimo" de las mismas. Para sus gestores o líderes, este debe de ser un punto crucial que no puede ser pasado por alto, o peor, usado en contra.



Jorge Valdano, aquel futbolista esencial para el Real Madrid tanto en su etapa en activo, cómo en la de técnico del primer equipo y posteriormente en la de director deportivo, propietario de ese  “verbo florido” muchas veces tan injustamente denostado, pero otras veces objetivamente criticado  cuando no aportaba mas allá de la filigrana verbal, acuñó entre otras frases propias  quizá la más famosa de este deporte: “El fútbol es un estado de ánimo” , junto con otras dos más (la irónica de Gary Lineker:El fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre gana Alemania” y la básica y  génesis del  porqué este deporte es diferente , de Vujadin Boskov  : “Fútbol es fútbol”, que siempre suena mejor cuando la dices encogiéndote de hombros).

La frase es muy atinada para describir el porqué un equipo, aparentemente en forma física y con talento, empieza misteriosamente a decrecer en su rendimiento, de forma que incluso clubes con grandes profesionales y excelentes técnicos, terminan perdiendo la categoría, pocos años después de haber alcanzado triunfos deportivos importantes. Y resulta también muy atinada para describir el porqué de repente las gráficas de resultados de una empresa empiezan a invertir su tendencia al alza, no ya para estabilizarse, sino para desplomarse en los infiernos de las pérdidas.



Las empresas, aunque pueda parecer un tópico, las forman personas. Esto podría haberlo firmado hasta ese serbio impasible antes nombrado, Vujadin Boskov, porque también constituye la génesis de la explicación del porqué una empresa no siempre crece y no siempre gana. No por expresar esa obviedad es menos cierto que las empresas también pueden crecer y ganar si las personas crecen y ganan conjuntamente con su empresa y eso no se puede conseguir cuando el estado de ánimo es de desesperanza, resignación, conservadurismo, inacción, agotamiento o lo que es peor, miedo puro y duro, tan frecuente como “elemento motivador” (en su acepción más perversa y torticera) que muchas empresas (perdón, personas con mando en empresas), están empleando hoy en día.

Las tácticas que estamos viendo día a día en empresas, como forzar horarios kafkianos, bajar salarios hasta límites dudosamente legales, obligar a realizar tareas fuera de la cualificación laboral e incluso adicionales a las que se hacen para amortizar otro puesto de trabajo, reprimir cualquier intento de creatividad y de planteamiento novedoso, algunas veces literalmente robando las ideas a sus autores y además haciendo alarde de ello, en suma,  exprimir y exprimir y exprimir hasta la última gota, cuando son llevadas a cabo sin más recurso a cambio que el miedo a la pérdida del puesto de trabajo, no son más que ejemplos de burda falta de profesionalidad y coherencia empresarial, ejercida por quienes no alcanzan a ver más allá de la puerta de su despacho, con la falta de ética y de ideas por bandera y cayendo progresivamente en un abotargamiento en la reflexión que les hace razonar al estilo casi del perro de Pavlov"El miedo vuelve sanguinarios a los tiranos.", dice una frase de Népomucène Lemercier

Son empresas condenadas. El miedo como elemento catalizador de esfuerzos puede mantenerse durante un tiempo. Largo a veces, pero nunca eterno. Como en las naciones donde sucede o en otros ámbitos, las personas terminan por adquirir estados de ánimo colectivos. En ocasiones de ira, otras de desesperanza,  otras muchas depresivo. Y las organizaciones se queman internamente en esa ira, pasan el día en el lamento por la desesperanza o caen en la depresión y por tanto en la inacción. El resultado siempre es el mismo: Caída libre. No hay base, las personas, en la que sustentarse, pues se ha debilitado o directamente acabado con ella, y por tanto, en la mayor parte de los casos, eso supone la muerte y la desaparición de la empresa.

Sigal Barsade, profesora de la Wharton School of Pennsilvanya, enunció una frase que yo repito hasta la saciedad en seminarios, talleres e intervenciones diversas en empresas: “Se quiera o no, las emociones se llevan en el bolsillo todos los días y se propagan como un virus”.  Un empleado descontento en la máquina de café es potencialmente más devastador que la mejor tarifa de precios de la competencia. No lo sugiero, ni es un recurso literario, lo afirmo y lo pongo encima de la mesa como ejemplo muy cotidiano.

La gestión emocional, el empleo de los recursos emocionales de las personas como catalizador de las reformas, ese hito, que no mito, de la organización emocional, se hace básico para poder conseguir ese engagement. Ese tan traído y llevado compromiso, que es el único que puede hacer que los sacrificios que obligatoriamente haya que realizar, se hagan de forma consciente y en la convicción que son necesarios para remontar el vuelo de nuevo o para sortear la tempestad. Solo así se puede conseguir que pasada ésta, las maderas del barco sean de nuevo firmes, no se hayan podrido ni desencuadernado y se adquiera velocidad de crucero con entusiasmo. El estado de ánimo para esa singladura, para, en el fondo,  todo lo que deba tener un recorrido, es la clave.
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