La formación en empresas ha experimentado un enorme
tirón en los últimos años, debido no tanto a una concienciación masiva en las empresas acerca de la necesidad de la misma para el normal desarrollo y
crecimiento de las mismas, como de la posibilidad de subvencionar la misma a
través del famoso crédito anual de formación continua, gestionado por la no menos
famosa Fundación Tripartita. La idea, que seguramente nació con un buen
propósito, el de facilitar a las empresas un mecanismo semi gratuito para
formar a sus colaboradores y por lo tanto aumentar la competitividad en general
de las mismas, vía adquisición de habilidades y conocimiento, y por lógica,
aumentando obviamente la competitividad del propio tejido empresarial español,
ha derivado en diferentes situaciones que hoy por hoy marcan casi las reglas de
un mercado que parece excesivamente cautivo. Sorprendentemente, subsiste una
creencia en el ambiente de la formación como algo “accesorio” y en muchos casos
y con la consabida crisis como principal argumento “un gasto prescindible”. Nuestra
humilde opinión es que para salir de la “crisis “ la aportación que puede hacer
la Empresa consiste sobre todo en el esfuerzo, la imaginación, el compromiso y
el trabajo duro de las personas que la constituyen y que eso requiere, entre
otras cosas pero principalmente, de una constante actualización de
conocimientos, habilidades y herramientas de trabajo que construyan bases
sólidas para que florezca la deseada creatividad, la motivación y la innovación,
que hoy por hoy son los parámetros que, junto con el antes indicado trabajo
serio y duro, están sacando a algunas empresas de la difícil situación en la
que se encontraban.
Es por ello que el grueso de la inversión en formación
suele ir a parar, creemos a nuestro juicio que erróneamente, a “consumir el
crédito anual” sin tener en cuenta la mayoría de las veces cuales son las
necesidades de la propia empresa. Aparte de los necesarios en la industria,
obviamente obligados por la normativa (seguridad en el trabajo, manipulación,
primeros auxilios...) el consumo se centra en los clásicos idiomas, cursos de
uso de suites informáticas, incluso de habilidades de dirección, negociación
o gestión del tiempo sin que nadie en la
organización se haya parado a pensar si es necesario que para la actividad sea
bueno o no aprender alemán o si un responsable comercial con veinte años de
experiencia conoce los artes de la negociación hasta el punto que es él quien
enseña durante la actividad formativa al formador contratado… En estos casos
las personas finalizan el curso con una sonrisa de medio lado, pensando “otro
curso más”.
El lunes, tras la semana anterior “de curso”, la
persona teóricamente ya “formada” vuelve a sentarse en su mesa a las ocho de la
mañana, ve las mismas carpetas con los mismos asuntos, la misma gente haciendo
las mismas cosas, recibe las mismas llamadas de teléfono para los mismos
asuntos de siempre y continua, obviamente, con lo mismo de antes de ir “al
curso”. Si es que pertenece a la tropa
de los entusiastas, que los hay, o si el curso ha sido suficientemente bueno
como para despertar su interés, el interesado suele acabar con la euforia con
la que llegó a las ocho menos cuarto en el autobús, pensando que iba a hacer
valer los métodos que le habían expuesto en su curso de gestión del tiempo. El
“crack” suele producirse, además, cuando una llamada o una visita al despacho
del propio jefe, o incluso del máximo responsable de la Empresa (que conoce que
se ha hecho un curso y que no ha costado nada, pero no sabe a ciencia cierta y
con rotundidad en qué consiste ni para qué) acaba, tras las primeras
explicaciones llenas de ilusión del interesado sobre “lo que quiere hacer a
partir de ahora” con un “Está muy bien,
pero el tiempo nos apremia. Necesito que te pongas ahora con todos los informes
pendientes al día y llamar a los veinte clientes que han preguntado por ti
mientras estabas de curso…”.
Estas situaciones sólo redundan en que el inmenso
porcentaje de la formación que se contrata no sirva absolutamente para nada más
que para el negocio de muchas empresas dedicadas a la impartición de cursos, lo
que en sí está muy bien y es muy lícito porque el dinero circula y al fin y al
cabo se genera riqueza (la prueba la tenemos en que en los últimos años. las
empresas de formación han proliferado mucho),
pero que en esencia es como cultivar aceitunas en Groenlandia, es decir, poca
probabilidad de éxito (y de pervivencia en el tiempo) tiene, porque el mercado de la formación se
ha banalizado y ya se compran cursos casi “al peso”, y así es muy difícil
fidelizar a nadie. Esto es, la empresa de formación correspondiente que ha
vendido los cursos el año pasado siempre tendrá la espada de Damocles sobre la
cabeza de otra empresa de la competencia que consiga ofrecer precios más bajos
este año. En consecuencia, la ecuación es clara: menor precio del curso, menos
dinero se paga al formador, a los experimentados no les compensa la hora a precios
bajísimos y suelen entrar los no tanto, con cursos no apropiados desde
cualquier punto de vista, del pedagógico hasta la actualidad de los contenidos.
Es por ello que, simplemente atendiendo al instinto de
supervivencia, que no ya al sentido común, nuestra opinión es que las
empresas deberían poner en marcha mecanismos que permitieran:
a) Hacer un análisis de las necesidades reales
de formación que tienen y obrar en consecuencia. El la empresario/a o el/la
directivo/a debería probablemente desconfiar de la empresa de formación que no
le ofrezca elaborar conjuntamente un análisis (serio y real, con preguntas y
respuestas) de las necesidades precisas que su Empresa y su personal tienen antes
de darle a conocer su oferta económica.
b) La palabra “necesidades” implica hacer y hacer
bien si es que no se quiere tirar el dinero. Así que, se puede obviamente
gastar el crédito anual en su totalidad y (no pasa nada, al contrario, es una
inversión que retorna con una rapidez inmediata), dedicar parte del presupuesto
anual a formación de las personas clave en la empresa que la necesitan para
aportar el valor necesario a su actividad. (Para cumplir este axioma,
recordemos, estamos hablando de necesidades reales, no de cursos de chino
“porque hay que aprender chino”.)
c) La dirección a su máximo nivel (y esto es
crucial) debe personalmente implicarse. ¿Dónde? Pues en el proceso del
análisis, contratación y posterior impartición, directamente o mediante la oportuna delegación
en las personas adecuadas (ojo, decimos “delegar”, no “abdicar”, con lo que
entendemos que debe hacer un seguimiento exhaustivo de la evolución del proceso). Por último pensamos que es bueno (por ejemplo con una carta
dirigida a los trabajadores que van a formarse) hacer ver personalmente a los participantes la importancia que tiene el hacerlo para la organización (es ideal si la formación se enmarca dentro
de un proceso de decisiones estratégicas a todos los niveles en las que el
trabajador advertirá que su formación realmente va a servir para algo)
d) Finalmente, pero no por ello menos importante,
la formación debe ser de calidad y debe conseguir algo crucial: la movilización hacia el cambio de los
implicados. De ello hablaremos con mucha más profundidad en un siguiente
post.
Mientras tanto, feliz resto de semana a todos.
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