Supongamos que eres un/a director/a,
jefe/a o responsable de equipo, con capacidad por tanto para gestionarlo
integralmente y obtener del mismo el máximo rendimiento en el camino para
alcanzar los objetivos. Todo ha ido bien hasta la fecha. Trabajáis muy duro y a
un alto ritmo, pero te has preocupado en establecer un canal de comunicación fluido que
facilite la participación de todos y procuras que cada persona conozca su rol y
posición y tenga claros sus objetivos en todo momento.
Obviamente también tienes la
responsabilidad de desarrollar y motivar a tus colaboradores para que estos
puedan ejecutar su labor en las mejores condiciones y con la máxima eficacia
posible. Te has preocupado por que reciban formación e incluso de su bienestar
emocional (tu les preguntas frecuentemente “si están bien” y les tratas, aun
manteniendo la jerarquía, con amabilidad y cercanía). Has construido el equipo desde abajo y tú no
te cansas de repetir en reuniones, con clientes e incluso en la máquina del
café que “sois una piña” y os entendéis a la perfección.
Todo sucede tal y cómo tú lo has
diseñado previamente. ¿Pueden un día las cosas torcerse, a pesar de que tu
actúas con tu equipo, cómo se suele decir, “de manual”, dedicando tiempo y
esfuerzo a la gestión concreta de tus colaboradores? La respuesta es que, por
muy bien que lo hagas, nunca se está libre de que eso suceda. Ahí está tu
perspicacia y el seguimiento diario que tú realices para ponerte en evidencia
detalles de si sucede o no.
De acuerdo con ello, observas y monitorizas constantemente. Vas
corrigiendo desviaciones y resolviendo toda traba o problema que se hace
evidente a la vista, aunque en el fondo, a pesar del esfuerzo que debes
realizar, mantienes una honda preocupación: No has definido (en realidad no los
conoces) indicadores precisos que puedan servir de señales de alarma para
indicarte esas evidencias que no son detectables en el día a día, pero que
mantenidas en el tiempo, van ejerciendo una corrosión profunda sobre el equipo
hasta el punto de que, cuando dan la cara, son difícilmente solucionables, al
menos sin un alto coste tanto económico como de impacto en las personas.
Por ello y basándonos en la
experiencia que nos dan decenas de intervenciones realizadas en equipos, en las
que hemos podido determinar, a través del trabajo con los mismos, las causas iniciales
que han originado los problemas, quisiéramos compartir cinco indicios (los más
repetidos estadísticamente), que pueden dar pistas para, tras el preceptivo
análisis de comprobación de rigor (cuidado con alarmarse innecesariamente al
primer síntoma), tomar la decisión de intervenir y así rescatar al equipo de
trabajo, mucho antes de tener que implementar medidas más críticas y, por tanto,
acompañadas de esos costes a los que nos
hemos referido antes.
- Competitividad extrema o más alta de lo habitual de un miembro o miembros del equipo: Actitudes que varían desde ser extremadamente celoso (a veces hasta opaco), frente al resto de personas, acerca de la confidencialidad con proyectos o negociaciones propias que se están llevando a cabo, hasta no compartir y celebrar los éxitos de los otros. Estas actitudes, a la larga generan la imitación de las mismas de manera progresiva por otros miembros y posteriormente pueden provocar incluso la ruptura del espíritu del equipo.
- Disminución o pérdida, en los casos más severos, de la confianza en sí mismo por parte de un miembro o por varios miembros del equipo: En principio esas actitudes suelen pasarse un poco por alto porque “todos tenemos días malos” o “hay malas rachas”. Incluso la persona afectada indicará a menudo que “no pasa nada”. Pero lo cierto es que la falta de confianza suele derivar hacia la inseguridad emocional y ésta contagiarse a otros miembros del grupo casi por ósmosis. En palabras de Sigal Barsade, profesora de la Wharton School of Pennsylvania, “Las emociones se llevan en el bolsillo todos los días y se transmiten como un virus”.
- Rumores infundados, conversaciones entre susurros y cuchicheos, en boca de los miembros del equipo, que suelen cesar abruptamente cuando tu o gente “con mando” se acerca: Suelen ser señales muy sutiles de problemas relacionados con liderazgo (el tuyo o superior al tuyo), decisiones no convenientemente explicadas o trasladadas y en general, malestar por causas externas a los integrantes del equipo. Suelen acabar con problemas difíciles por pérdida de credibilidad y confianza en el sistema.
- Actitudes repentinas de “relajación”, desinterés o incluso rechazo frente a novedades, retos y cambios. Falta de propuestas e involucración: De repente surgen personas, incluso a veces todo el equipo, que evidencian signos de “baja tensión” respecto de la que habitualmente demuestran. Lo normal ante cambios es encontramos con resistencias, pero si surgen las actitudes de indiferencia, pueden indicar conformismo, pérdida de confianza y desembocar en una caída libre de la productividad .
- Tensión excesiva, nervios palpables y autopresión de uno o más miembros del equipo: Si bien es cierto que esta puede ser incluso una forma autoimpuesta de trabajar en momentos complicados, se hace particularmente peligrosa cuando es mantenida en el tiempo. Surgen errores, discusiones mas o menos fuertes que pueden derivar en enfrentamientos, e incluso a veces síndrome de “burnout” y posteriores bajas médicas.
Hacer referencia específica a que
estas situaciones no vienen acompañadas al principio de señales muy visibles, como la disminución del índice de calidad, facturación u otro parámetro que dependa o afecte directa o indirectamente al equipo. Obviamente
y mantenidas dichas situaciones en el tiempo, los citados índices si suelen variar, de forma negativa, en
periodos de tiempo cortos una vez que se instaura la tendencia.
Estos son cinco de las más
extendidas señales que pueden indicarnos que necesitamos rescatar al equipo. De
su detección precoz depende en gran manera la variable de la pérdida de
productividad y por tanto de la repercusión consiguiente en el negocio. Una
acción decidida a partir de esa detección, probablemente a través de una intervención
externa específica con un programa específico como 3E para la recuperación del equipo,
es el mecanismo que puede diferenciar la simple corrección, de soluciones más
arriesgadas y caras.
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